Capítulo 4: "Monstertruck Domination"

Esa mañana, salí a la calle con la herida vendada y la bala en el bolsillo.
Mientras iba andando, buscaba una persona cualquiera que, al cruzar nuestras miradas, no pestañeara. Estaba paranoico. De un sueño estaba haciendo un mundo. Pero, una chica con unos enormes ojos marrones, al mirarme, no parpadeó. La cogí por el brazo.
-¿Eres tu?
-¡Que dices, suéltame imbécil!-dijo con cara de asco. Pestañeó. Se deshizo de mi mano y continuó su marcha mirando atrás. Asegurándose de que no la seguía.
Anduve maldiciendo mis sueños y aquella bala del bolsillo.
Aquel día, como todos, seguí mi rutina habitual.
-Lo de siempre-le dije al camarero nada más entrar al bar.
-Hace tiempo que no sacáis disco-dijo mientras me servia un vaso de ginebra con tónica.-¿Estáis grabando algo?-.
-Que va-le contesté echando de menos el tacto de las baquetas. Agarré el vaso y bebí hasta que lo olvidé. Con un par más ya no recordaba mi antiguo grupo ni nuestra música. Me levanté tambaleándome.
-Mañana te lo pago.
-Eso dijiste ayer, colega-dijo un tío que estaba sentado en la barra bebiéndose un vaso de whisky. Aunque la luz del bar no era excesiva, llevaba las típicas gafas de sol de policía. Tenía barba de una semana y una camisa de cuadros le arropaba una camiseta negra.
-¿Tu quién te piensas que eres, el sheriff?
-No. Solo digo que mañana vendrás con el mismo cuento.
Tenía razón. Al día siguiente dije lo mismo.
Al salir del bar, los rayos de sol de principios de septiembre me golpearon con fuerza.
De camino a casa, me crucé con un perdedor con un enorme cartel que anunciaba un espectáculo. Se acercó a mi extendiéndome una hoja que al principio rechacé. Empezó a seguirme. Un par de calles más allá me giré.
“Monstertruck Domination. Pongan a mujeres e hijos a salvo” decía su cartel.
Agarré la hoja.
Era una entrada gratis a un espectáculo de coches enormes con ruedas monstruosas que pisaban a otros vehículos, saltaban sobre ellos y los destrozaban.
-Gracias.
-Allí nos veremos, amigo-dijo mientras se despedía con la mano.
El espectáculo era aquella misma noche. No tenía nada mejor que hacer.
Me coloqué en un asiento lo suficientemente alto para ver bien el espectáculo. A mi lado derecho tenía un gordo sudoroso con su hijo del mismo tamaño que su barriga. A la izquierda, un tipo corriente con una gorra de los Boston Red Sox. Me miró unas cuantas veces.
-¿Nos conocemos de algo?-me preguntó.
-Que yo sepa no-contesté sin mirarle.
-Me suenas de algo-continuó.
-Estoy seguro que no-le dije convencido.- ¿Cherry?-.
-Ves como si que nos conocíamos de algo.
En un instante le había desaparecido la gorra y, el tipo cualquiera, ahora era Cherry con una sonrisa pícara. No pude evitar mirarle a los ojos. Eran los ojos vacíos del sueño. Siempre abiertos.
-¿Qué quieres?
-Hicimos un trato ¿Recuerdas?
-Si.
Sacó unos prismáticos y me los acercó.
-Localiza la fila ocho. El tercer asiento a la derecha del pasillo central. ¿Lo tienes?
-Si.
-Quiero que le des un mensaje.

Capítulo 3: Sin forma

Bajé de la barca de un salto. Gracias a Cherry pude cruzar el río. El barquero, en una de sus múltiples miradas al embarcadero del otro lado, vio como ésta le daba permiso para que me llevara hasta allí.
Agarré una antorcha y fui tras los pasos de Cherry que, nada más bajarme, empezó a caminar. El camino se dividía en dos. A la izquierda, en la lejanía, podía verse una enorme puerta de hierro. A la derecha, el camino desaparecía en el interior de un bosque frondoso. Cherry me esperaba junto a los primeros árboles. Me acerqué a ella.
-¿Cherry? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estamos?
Se limitó a mirarme.
Continué avanzando y vi sus pies descalzos sobre el césped. Sus piernas desnudas. A la altura del muslo le acababa un vestido azul de flores. Su pelo estaba despeinado y le tapaba un poco la cara. Le aparté el flequillo y le puse las manos sobre las mejillas.
-¿Cherry?
Sonrió.
-Vamos.
Se deshizo de mis manos y entró en el bosque. Estuve unos instantes paralizado, sin saber qué hacer. Podía entrar e ir tras ella o dar media vuelta y saltar la enorme puerta. Si la quería recuperar, tendría que seguirla. Corrí hasta alcanzarla.
-¿Dónde vamos?
-A dar un paseo-dijo con una sonrisa de felicidad. Como si estuviera en mi vida pasada, alargué la mano lentamente hasta rozar la suya. La apartó. En ese mismo momento, las metí en los bolsillos. Pero, sin poder evitarlo, la miraba fijamente. No había cambiado.
-Espero que sepas a dónde vas...
-¿Qué tal estás? ¿Has encontrado a otra chica?- preguntó con la mirada clavada en mis ojos. Una mirada que nunca había visto en ella.
-Esa pregunta es asquerosa...
Rió a carcajadas.
-¿Te hace mucha gracia?
-La verdad es que sí.- volvió a mirarme- Porque si hubieras rehecho tu vida no estarías aquí.
Entonces, me di cuenta de que no pestañeaba.
-Espera... Tú no eres Cherry.
Su risa resonó por todo el bosque.
-¿Quién eres?-pregunté. Pasó por detrás de un árbol y apareció un hombre-¿Papá?-.
-Tu padre está muerto.
-Entonces, ¿Quién eres?
-Eso no es importante-miró al interior del bosque. Allí, un perro nos observaba. Se acercó hasta él y le acarició el pelaje negro. Le dijo algo al oído y corrió en dirección al embarcadero. Mi padre volvió hasta el camino. Cuando pasó por detrás de uno de los árboles apareció Joe, el que me hizo cavar a punta de pistola. Noté como un escalofrío recorría mi espalda.
-Tranquilo,-dijo sin pestañear y levantando los brazos- sólo quiero hablar. Necesito que me ayudes. A cambio, te daré lo que quieras. Pide un deseo-dijo sonriendo a la vez que abría la boca.
-¿Te estas riendo de mí, no?
-En absoluto.
-¿Lo que quiera?
Asintió.
-Quiero a Cherry.
-¿No prefieres vivir? Si no vives, no podrás tener a Cherry. ¿Hay trato?
-Sí-dije inseguro. No había entendido muy bien aquella última frase. Estrechamos las manos con fuerza.
Sacó una pistola y me apuntó a la cara. Corrí al interior del bosque, a través de los árboles y la maleza. Me tropecé y caí de bruces contra el suelo. Intenté agarrarme a un árbol para salvar la caída pero lo único que conseguí fue arrancar un poco de corteza con mis uñas. Me di la vuelta. Cherry me apuntaba con la pistola.
-Lo siento-dijo con una enorme sonrisa. Me levanté como pude y continué corriendo.


Grité hasta que no me quedó aire en los pulmones. Estaba empapado en sudor frío. Miré a mi alrededor. Estaba en mi cama. Me pasé la mano por el pelo y por la nuca. Al agarrar las sábanas para taparme, las manché de sangre. Volví a pasar la mano por la nuca. Tenía una herida abierta del tamaño de mi pulgar. Miré la almohada, había una enorme mancha de sangre con una bala sobre ella.

Capítulo 2: El infierno espera

Abrí los ojos. Todo era oscuro. Ni el más mínimo rayo de luz. Aquello se zarandeaba violentamente. Intenté moverme. Era imposible. Algo a los lados me impedía mover los brazos y mis piernas estaban encogidas sin poder estirarlas. Escuché unas voces. No pude entender lo que decían. A duras penas, me puse bocarriba, excepto mis piernas que, como estaban encogidas, mis rodillas chocaban con una especie de techo. Las voces seguían hablando. Pensé en lo peor. Me iban a enterrar vivo. Un fuerte nerviosismo empezó a apoderarse de mí. Notaba como la respiración se aceleraba, el sudor caía por mi frente y empapaba mis axilas. Chillé. Golpeé. Arañé el techo. Todo lo que se me ocurría. Las voces seguían hablando.
La caja se detuvo.
Mis gritos fueron más fuertes en ese momento.
Se escucharon dos golpes y la caja se sacudió. Las voces desaparecieron. Aunque, unos minutos después, escuche un ruído muy cerca de mi oreja. Como si encajaran algo. De repente, se hizo la luz. Cerré los ojos y puse las manos delante de aquella estampida de luminosidad. Con los ojos aun cerrados algo me cogió de la camiseta y me sacó de allí. Me desplomé en el suelo y, al intentar parar la caída, la arena me abrió heridas en las palmas de las manos. Unos pies calzados con unas camperas esperaban frente a mí. Con una mano tapé el sol y miré hacia arriba.
-¡Levanta, joder!
Las camperas me golpearon en el estomago. Su dueño me agarró por la camiseta y me levantó. Entonces, lo reconocí.
De detrás del coche salió otro hombre. Cargaba dos palas. Se acercó a nosotros.
-Vamos-dijo haciendo un gesto para que lo siguiéramos.
El coche estaba parado frente a una iglesia. Andábamos hacía ella. Pero no íbamos al interior de la capilla. Al llegar a las puertas, torcimos a la derecha y rodeamos el edificio. Detrás estaba desierto. De una patada, mi captor me tiro al suelo. El otro me lanzó una de las palas frente a mí.
-Ya sabes lo que tienes que hacer-dijo apuntándome con una pistola. Cogí la pala y me incorporé. Empecé a cavar muy lentamente. Me imaginaba lo que pasaría cuando mi agujero fuera lo suficiente grande y profundo.
-¡Rapidito! Que no tenemos todo el día-dijo el que me había sacado del coche. Cavé más rápido.
Cuando llevaba un rato cavando y el sol me estaba empezando a quemar los brazos y la cara, nos sobresaltamos. Un disparo resonó dentro de la iglesia. Paré en el instante. Los tres nos miramos. Ellos intercambiaron miradas. Me volvieron a apuntar. Continué mi trabajo.
-Ayúdale-escuché a mis espaldas. Oí como se arrastraba la pala por el suelo arenoso y como los pasos hacían crujir la tierra.
Un fuerte golpe me atizó la nuca.

Al despertarme, lo hice en un lugar diferente. No había iglesia. Ni arena. Ni sol. Solo un río que rodeaba unas basta extensión de hierba. Unas antorchas iluminaban el pequeño islote. Había gente andando por la orilla, cabizbajos. Corrí hacia uno de ellos. Le hablé. Fue inútil. Ni él, ni ninguno de ellos abrió la boca. Anduve por la orilla hasta que encontré un pequeño embarcadero. Miré al otro lado y vi como se acercaba una pequeña barca. Un hombre remaba con calma. Después de un par de impulsos más, se plantó frente a mí.
-¿Puedes llevarme al otro lado?
-Moneda-dijo con voz grave. Extendió la mano. Le dejé una de mis monedas y negó con la cabeza-No vale-.
Su cara era vieja y arrugada. Me sorprendió que le faltara el ojo izquierdo. Tenía un arañazo en toda la mejilla y la carne desgarrada de su cara le colgaba y se balanceaba cuando movía la cabeza.
-¿Como que no vale?
Se encogió de hombros y señaló el embarcadero de la otra orilla.
Allí había una joven. Parada. Mirándonos. Únicamente iluminada por las antorchas de su alrededor. Desde el primer momento que la vi, sabía quien era. Cherry. Aquella que un día me hizo subir al cielo para luego dejarme caer al más profundo de los infiernos.