Esa mañana, salí a la calle con la herida vendada y la bala en el bolsillo.
Mientras iba andando, buscaba una persona cualquiera que, al cruzar nuestras miradas, no pestañeara. Estaba paranoico. De un sueño estaba haciendo un mundo. Pero, una chica con unos enormes ojos marrones, al mirarme, no parpadeó. La cogí por el brazo.
-¿Eres tu?
-¡Que dices, suéltame imbécil!-dijo con cara de asco. Pestañeó. Se deshizo de mi mano y continuó su marcha mirando atrás. Asegurándose de que no la seguía.
Anduve maldiciendo mis sueños y aquella bala del bolsillo.
Aquel día, como todos, seguí mi rutina habitual.
-Lo de siempre-le dije al camarero nada más entrar al bar.
-Hace tiempo que no sacáis disco-dijo mientras me servia un vaso de ginebra con tónica.-¿Estáis grabando algo?-.
-Que va-le contesté echando de menos el tacto de las baquetas. Agarré el vaso y bebí hasta que lo olvidé. Con un par más ya no recordaba mi antiguo grupo ni nuestra música. Me levanté tambaleándome.
-Mañana te lo pago.
-Eso dijiste ayer, colega-dijo un tío que estaba sentado en la barra bebiéndose un vaso de whisky. Aunque la luz del bar no era excesiva, llevaba las típicas gafas de sol de policía. Tenía barba de una semana y una camisa de cuadros le arropaba una camiseta negra.
-¿Tu quién te piensas que eres, el sheriff?
-No. Solo digo que mañana vendrás con el mismo cuento.
Tenía razón. Al día siguiente dije lo mismo.
Al salir del bar, los rayos de sol de principios de septiembre me golpearon con fuerza.
De camino a casa, me crucé con un perdedor con un enorme cartel que anunciaba un espectáculo. Se acercó a mi extendiéndome una hoja que al principio rechacé. Empezó a seguirme. Un par de calles más allá me giré.
“Monstertruck Domination. Pongan a mujeres e hijos a salvo” decía su cartel.
Agarré la hoja.
Era una entrada gratis a un espectáculo de coches enormes con ruedas monstruosas que pisaban a otros vehículos, saltaban sobre ellos y los destrozaban.
-Gracias.
-Allí nos veremos, amigo-dijo mientras se despedía con la mano.
El espectáculo era aquella misma noche. No tenía nada mejor que hacer.
Me coloqué en un asiento lo suficientemente alto para ver bien el espectáculo. A mi lado derecho tenía un gordo sudoroso con su hijo del mismo tamaño que su barriga. A la izquierda, un tipo corriente con una gorra de los Boston Red Sox. Me miró unas cuantas veces.
-¿Nos conocemos de algo?-me preguntó.
-Que yo sepa no-contesté sin mirarle.
-Me suenas de algo-continuó.
-Estoy seguro que no-le dije convencido.- ¿Cherry?-.
-Ves como si que nos conocíamos de algo.
En un instante le había desaparecido la gorra y, el tipo cualquiera, ahora era Cherry con una sonrisa pícara. No pude evitar mirarle a los ojos. Eran los ojos vacíos del sueño. Siempre abiertos.
-¿Qué quieres?
-Hicimos un trato ¿Recuerdas?
-Si.
Sacó unos prismáticos y me los acercó.
-Localiza la fila ocho. El tercer asiento a la derecha del pasillo central. ¿Lo tienes?
-Si.
-Quiero que le des un mensaje.
Mientras iba andando, buscaba una persona cualquiera que, al cruzar nuestras miradas, no pestañeara. Estaba paranoico. De un sueño estaba haciendo un mundo. Pero, una chica con unos enormes ojos marrones, al mirarme, no parpadeó. La cogí por el brazo.
-¿Eres tu?
-¡Que dices, suéltame imbécil!-dijo con cara de asco. Pestañeó. Se deshizo de mi mano y continuó su marcha mirando atrás. Asegurándose de que no la seguía.
Anduve maldiciendo mis sueños y aquella bala del bolsillo.
Aquel día, como todos, seguí mi rutina habitual.
-Lo de siempre-le dije al camarero nada más entrar al bar.
-Hace tiempo que no sacáis disco-dijo mientras me servia un vaso de ginebra con tónica.-¿Estáis grabando algo?-.
-Que va-le contesté echando de menos el tacto de las baquetas. Agarré el vaso y bebí hasta que lo olvidé. Con un par más ya no recordaba mi antiguo grupo ni nuestra música. Me levanté tambaleándome.
-Mañana te lo pago.
-Eso dijiste ayer, colega-dijo un tío que estaba sentado en la barra bebiéndose un vaso de whisky. Aunque la luz del bar no era excesiva, llevaba las típicas gafas de sol de policía. Tenía barba de una semana y una camisa de cuadros le arropaba una camiseta negra.
-¿Tu quién te piensas que eres, el sheriff?
-No. Solo digo que mañana vendrás con el mismo cuento.
Tenía razón. Al día siguiente dije lo mismo.
Al salir del bar, los rayos de sol de principios de septiembre me golpearon con fuerza.
De camino a casa, me crucé con un perdedor con un enorme cartel que anunciaba un espectáculo. Se acercó a mi extendiéndome una hoja que al principio rechacé. Empezó a seguirme. Un par de calles más allá me giré.
“Monstertruck Domination. Pongan a mujeres e hijos a salvo” decía su cartel.
Agarré la hoja.
Era una entrada gratis a un espectáculo de coches enormes con ruedas monstruosas que pisaban a otros vehículos, saltaban sobre ellos y los destrozaban.
-Gracias.
-Allí nos veremos, amigo-dijo mientras se despedía con la mano.
El espectáculo era aquella misma noche. No tenía nada mejor que hacer.
Me coloqué en un asiento lo suficientemente alto para ver bien el espectáculo. A mi lado derecho tenía un gordo sudoroso con su hijo del mismo tamaño que su barriga. A la izquierda, un tipo corriente con una gorra de los Boston Red Sox. Me miró unas cuantas veces.
-¿Nos conocemos de algo?-me preguntó.
-Que yo sepa no-contesté sin mirarle.
-Me suenas de algo-continuó.
-Estoy seguro que no-le dije convencido.- ¿Cherry?-.
-Ves como si que nos conocíamos de algo.
En un instante le había desaparecido la gorra y, el tipo cualquiera, ahora era Cherry con una sonrisa pícara. No pude evitar mirarle a los ojos. Eran los ojos vacíos del sueño. Siempre abiertos.
-¿Qué quieres?
-Hicimos un trato ¿Recuerdas?
-Si.
Sacó unos prismáticos y me los acercó.
-Localiza la fila ocho. El tercer asiento a la derecha del pasillo central. ¿Lo tienes?
-Si.
-Quiero que le des un mensaje.