Capítulo 9: Polvo en los ojos

Giré en la primera esquina y aceleré a fondo. Di la vuelta a la manzana y llegué a la casa lo más rápido que pude. Aparqué justo en frente. Más que en la propia casa, mi atención se centró en los retrovisores. Había tenido la sensación de que nos habían seguido hasta allí. Aquella maldita pick up amarilla, destartalada y sucia que cuando pasó, apenas pude leer Ford de la mierda que tenía. El imbécil también había dado la vuelta a la manzana. Ya era mío.
Me bajé del coche y anduve hasta el vado donde había parado. Golpeé la ventanilla con un dedo. No quería ensuciarme con la mierda de aquel payaso. El tío me miro. Llevaba un bigote rubio, unas gafas y una gorra de béisbol, por no hablar de aquellas pintas de camionero idiota con la camisa de cuadros abrochada hasta el cuello. Bajó la ventanilla.
-¿Algún problema?
-Estas en un vado, capullo.
-No veo que te moleste para sacar el coche. Es más, no veo tu coche.
Vaya mierda de trabajo que estás haciendo, pensé. Me acabo de bajar del coche que estas vigilando y ni siquiera me has visto.
Abrí la puerta. Lo agarré por el cuello de la camisa y lo saqué. Cayó al suelo. Le di un puñetazo en la cara, se le cayeron las gafas y la gorra. Le di otro, esta vez en la nariz. Se le empezó a manchar el bigote rubio de un bonito granate. Lo arrastré hasta el Buick.
-¡¿Lo ves, gilipollas?! ¡¿Ves el coche ahora?!-lo tiré contra él. Se golpeó la cabeza y cayó boca arriba. Lo agarré del zapato y lo arrastré hasta la puerta.
Llamé al timbre.
Abrió mi recadero, sudado, respirando fuerte, apoyándose sobre sus rodillas.
-Joder, que susto me has pegado. ¿Se ha escuchado algún grito por ahí fuera?
-Ni idea, estaba ocupado con este.
Abrió la puerta de par en par y me ayudó a entrarlo. La casa estaba hecha una mierda, un cuadro roto por un lado y figuras rotas por todo el suelo. El nuevo aún tenía que practicar un poco más. Lo llevamos hasta el salón donde la chimenea estaba a pleno fuego. Sonreí al ver a uno de mis antiguos socios en el suelo, con su mujer al lado. Sin mí nunca la hubiera tenido. Ni tampoco aquella casa. Ni tampoco tanto dinero.
-Despierta a nuestro amigo “el camionero”.
Empezó a darle unas tortas en la cara, como si estuviera intentando despertar a su hermana pequeña. Cogí un tridente que había por el suelo y lo metí en el fuego. Aquel gilipollas se iba a despertar calentito. Cuando estuvo al rojo vivo lo saqué y se lo puse en la mejilla.
Gritó muy fuerte. Demasiado. A lo mejor algún vecino lo había escuchado. Ya daba igual.
Puse mis rodillas sobre sus brazos y lo miré fijamente.
-¿Porqué nos has estado siguiendo?
-No pienso decir nada.
Le acerqué el tridente a los ojos. Aun conservaba un tono anaranjado en las puntas.
-Te dejaré ciego si no hablas.
-Vale. Vale. Os vi saliendo del lavabo con mi jefe. No trabajo para nadie, os lo juro.
-Te iba a dejar ciego igualmente.
Le clave el tridente en los ojos. El gritaba horrorizado. No podía parar. Notaba como su sangre me golpeaba la cara cada vez que lo punzaba y eso me hacía volver a bajar el tridente hacía sus cuencas ya bañadas en sangre.

Capítulo 8: Amargo

-¿Que piensas hacer con el cuerpo?-le pregunté.
-Yo me encargo, no te preocupes.
Salí del Buick y me dirigí a la puerta de la que parecía una casa de muñecas. Escuchaba los golpes del viejo dentro del maletero. Aunque era imposible, estaba muerto. Él se puso al volante del Riviera y desapareció girando en la primera esquina.
Crucé el jardín inmaculado y verde a través de un camino de piedra que al final acababa con un rosal enorme. Llamé a la puerta con los nudillos.
Ésta se abrió y una cabeza rubia apareció del interior. Se apartó el pelo de la cara y enseñó unos grandes ojos azules y una nariz perfilada y recta. Sonrió, dejándome ver los dientes blancos y perfectos.
-¿Qué desea?-dijo tímida.
-¿Esta su marido? Trabajamos juntos.
-Si. ¿Quiere pasar?-asentí. Abrió la puerta. Llevaba un vestido holgado que dejaba ver unas largas piernas-Sígame-.
Entré y cerró la puerta. Me llevó hasta el salón donde estaba la chimenea encendida. Cerró la puerta, dejándome solo mientras miraba el fuego hipnotizante. Unos minutos después, entró un hombre envuelto en un batín, en zapatillas y peinado para atrás. Se detuvo al verme.
-¿Quién es usted?
-Parece que le van bien las cosas-me acomodé en el sofá y lo acaricié-Vengo para hablar de algo que le debe a alguien-.
Sonrió. Cogió un par de vasos y una botella. Los llenó y luego me alargó uno.
-Yo no le debo nada a nadie-me dijo mientras cogía el vaso. Se sentó en un sillón frente a mí y cruzó las piernas.
-Él dice que si.
-¿Quién coño es él? Me esta empezando a tocar las narices- se bebió todo el whisky de un sorbo y me miró. Di un trago y deje el vaso sobre una mesa que tenía a los pies. Nunca me había gustado el sabor amargo del whisky.
-Disfrútelo, es el mejor que beberá en su vida.
-¿Por todo esto fue por lo que hizo el trato con él? Parecía un buen negocio. No se lo voy a negar.
-Váyase de mi casa.
Se levantó, agarró el cinturón del batín, lo ató y se fue hacia la puerta. Le tiré el vaso. Estalló contra la puerta y se giró. Me abalancé sobre él. Cayó de espaldas. Le agarré la cabeza y se la golpeé contra el suelo. Una y otra vez hasta que se manchó de sangre. De repente, se abrió la puerta y aparecieron unas piernas largas y brillantes.
Ella gritó.
Le golpeé la cabeza una vez más y empecé a seguirla por la casa. Le tiraba todo lo que encontraba, figuras de porcelana, antigüedades, hasta que paró en un rincón. Agarró un cuadro mientras me acercaba. Lo rompió en mi brazo. La abofeteé y luego la agarré por el pelo. La arrastré hasta el salón. Allí, su marido aún estaba inconsciente.
Cerré la puerta con el pie y la tiré en el sofá. Justo al lado había un pequeño tridente para remover la leña de la chimenea, cuando lo agarré, ella volvió a chillar. Un grito que se apagó cuando le di en la cara con él, haciéndole tres cortes en la mejilla. Cayó de bruces.
Entonces, sonó el timbre.

Capítulo 7: 2

Las cuerdas apretaron fuerte al dependiente contra la silla. Con los extremos agarrados, hice un nudo que no se desharía con facilidad. Tenía las manos a la espalda y los pies atados a las patas de la silla. Me senté frente a él. Nos miramos el uno al otro. Agachó la cabeza y las lágrimas le cayeron sobre los muslos. Aquella imagen me estaba rompiendo el alma en trocitos muy pequeños y me obligué a mirar a otro lado.
El interior del almacén estaba sucio, desordenado y olía a humedad. La escasa luz que entraba alumbraba a nuestra posición. Había arrastrado el cuerpo inconsciente del hombre hasta el fondo y se despertó con las manos y los pies ya atados. Se movía. Suplicaba. Lloraba. Nada de eso lo salvaría. Cogí un trapo sucio y se lo puse en la boca para no escucharlo más. Le esperaría a él y entonces empezaríamos.
Volví a mirarlo.
Sus ojos pedían una clemencia que yo no podía darle. Me levanté de nuevo y me aseguré de que los nudos estaban bien hechos. Sabía que si se escapaba, él descargaría toda su ira contra mí, empezaría a gritarme, me obligaría a seguirlo y me transformaría en un monstruo hasta volver a cazarlo. Los mismos sentimientos que me provocó en el lavabo, con aquel grito a través del espejo, todos los chillidos después de darle la paliza. Aquellos “mátalo” se repetían una y otra vez en mis sueños de por las noches y, al despertarme, no podía conciliar el sueño. Mátalo, volvía a repetir mi cabeza.
El dependiente intentó hablar. Me hizo unos gestos con la cabeza y me giré.
A la entrada había una vieja. Con el pelo de un color rubio platino. Unas arrugas producidas por una enorme caída de sus mofletes. Sus labios estaban mal pintados de rojo carmín. Llevaba un vestido negro que le estaba grande. Ella era exageradamente delgada. Me sorprendió no haberla escuchado entrar.
-¡Quítale el trapo de la boca!-me ordenó. No la tomé muy enserio y no me moví. Arrastró sus pies fuera del almacén. Escuché un ruido y luego otro metálico. Entró lentamente y me apuntó con una escopeta. Inmediatamente, le quité el trapo de la boca.
-¿Belinda?-dijo el dependiente con un hilo de voz. Sus ojos volvían a humedecerse.
-Belinda hace tiempo que se fue. Te envía saludos-le contestó la vieja. Me miró y me alargó la escopeta. La cogí por los cañones y, después de acomodármela, le apunté.
-¿Chico, que vas ha hacer?
Mientras miraba por la mirilla de la escopeta notaba como el pulso me temblaba de una manera alarmante.
-¿Que no se nota?-grité.
-Tranquilo,-dijo la vieja-Aún no le dispares-.
-¿Porqué no? Acabemos de una vez...
-¡No! Todavía no. Falta algo por hacer-dijo enfadado. Miró a los lados. Buscó entre las cajas. Estuvo andando por el almacén un rato hasta que, por fin, encontró lo que buscaba. Se agachó y cogió un destornillador. El viejo gimió al ver como se acercaba. Intentó desprenderse de las cuerdas. Suplicó. Gritó. Lloró, otra vez. Pero ya era demasiado tarde. El destornillador le desgarraba la piel y la sangre fluía por su pecho. Después de terminar aquel símbolo que también le había hecho al hombre del lavabo, le clavó el destornillador en el hombro.
-Mátalo-se separó del cuerpo y yo le apunté a la cabeza. Mi dedo se posó sobre el gatillo.
-Lo siento, debería haberte escuchado...-le dijo el viejo a él. Me miró-Dadme otra oportunidad...-.
-¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Dispara!
Apreté el gatillo con los ojos cerrados. Noté como la sangre caliente se posaba en mi cara. Abrí los ojos y vi el cuerpo sin vida del dependiente, con la cara desfigurada por los perdigones de la escopeta y bañada en sangre. Entonces, el me arrancó la escopeta de las manos y disparó a la única ventana del almacén. Nos miramos.
-Alguien nos ha visto.


Capítulo 6: Lejos de mi camino

Me bajé del coche, cerré de un portazo y me sequé las lágrimas de la cara. Abrí al tapón de la gasolina de aquel viejo Buick Riviera de mi padre y metí la manguera del surtidor. Observé el girar frenético de los números del contador. Me hipnotizaron, obligándome recordar lo que había hecho días atrás. Me miré las manos incrédulo, como si éstas no fueran capaces de matar a un hombre. Volvieron las lágrimas. Cayeron sobre mis manos. Con un chasquido el contador paró y me devolvió a la realidad. Dejé la manguera donde estaba y me dirigí al interior de la gasolinera. Junto a la puerta había un muñeco de un payaso bailando mientras en su interior se encendían luces de todos los colores intermitentemente. Lo dejé fuera y entré.
El interior era un museo macabro. Cabezas disecadas de ciervos. Una momia en forma de cocodrilo. Un mono disecado sin pelo. Calaveras. Y, detrás del mostrador, un hombre disfrazado de payaso. Tenía la cara pintada blanca y los párpados azules, con barba canosa y los labios pintados de negro. Le pagué y me fui. Aquel sitio me daba escalofríos.
-¡Oye, muchacho!-dijo a mis espaldas-¿No te apetece pollo frito? Hago el mejor-.
-No, gracias.
Al salir, encontré un vagabundo con una larga barba y enorme gabardina intentando abrir el coche. Lo ahuyenté y conduje hasta mi destino. Mi intención era recorrer la carretera hasta encontrarme un borracho que se estrellara conmigo y acabara con mi vida.
Diez minutos después del repostaje encontré un autostopista con un cartel que decía “Desde Texas hasta Carolina”. Pasé de largo, aunque pude fijarme en su barba y en la gabardina como la del vagabundo de la gasolinera. Continué mi marcha sin darle demasiada importancia. La mayoría de vagabundos eran así.
Unos kilómetros más adelante volví a cruzármelo. Ésta vez, en su cartel, había escrito “Desalmado”. Volví a dejarlo en la cuneta. Mientras me alejaba miré por el retrovisor. Había desaparecido. Giré la cabeza para asegurarme. De repente, algo chocó contra el morro del Riviera. Miré al frente y vi pasar algo por encima de mi parabrisas, luego golpeó contra el techo del coche. Cayó detrás. Frené en seco. Miré por el retrovisor para ver que era. En la oscuridad de la noche no lo pude identificar pero se estaba moviendo. Me bajé rápidamente. Me acerqué con cautela. Los faros rojos de atrás iluminaban lo suficiente para verlo. Se retorcía de dolor y giraba de un lado a otro. Tenía la gabardina destrozada y le sangraba un brazo.
-¿Pero como...?
Se detuvo en seco y me miró con los ojos tan abiertos que se le reflejaba el cielo estrellado. Sus carcajadas resonaron en la noche. Se levantó sin problemas.
-Hace horas que dejaste atrás al siguiente. ¿Pensabas que podías escapar de mí?-dijo con una enorme sonrisa entre la poblada barba.
-Sí.
-Nunca escaparas de mí.
-¡¿Qué quieres?!-grité nervioso.
-Que cumplas el jodido trato.
-¿Eso conlleva matar a más gente?
-Son ellos o tú.
Sus últimas palabras me metieron en el coche. Él se sentó en el lugar del copiloto con una apariencia más familiar. Pasó la mano por encima de la guantera.
-Siempre me gustó este coche, hijo mío.
-Deja de reírte de mí.
Sus carcajadas rebotaron por el interior del coche.
Arranqué y pisé a fondo. Di media vuelta conduciendo sobre los kilómetros que había hecho. A las pocas horas empezó a amanecer.
Paré en una gasolinera.
-Te espero aquí.
Asentí con la cabeza y bajé del coche.
Al entrar saludé a un viejecito que esperaba en el mostrador. Busqué por las estanterías algo de beber. Tenía la boca seca. Agarré una botella de Bombay Sapphire y sin esperarme a pagarla la abrí para beber.
Me acerqué al mostrador.
-¿Cuanto es?
-Chiquillo, vas fuerte esta mañana-dijo sonriente.
-No se lo imagina.
Me dijo el precio y le di todos los billetes que tenia en la cartera. Cogí la botella por el cuello mientras el abuelo contaba el dinero. Me acercó el cambio. Le agarré el brazo y le rompí la botella en la cabeza.

Capítulo 5: 1

Abrí el grifo y puse las manos en el agua para refrescarme. Los nervios se estaban apoderando de mí. Me empapé la cara con agua fría para amortiguar la histeria. Fuera del lavabo, podían oírse el rugido de los motores y los gritos de la multitud exaltada.
Hacia mucho tiempo que no me fijaba en mi aspecto y, la verdad, es que era horrible, muy diferente al de años atrás o al del hombre trajeado que se secaba las manos en la otra punta de los lavabos.
Aquel hombre cruzó los servicios y seguí con la mirada su reflejo hasta que se encontró con el mío. El yo del otro lado del espejo me miraba con cara de rabia y con las venas marcadas en la frente. Pasé la mano por mi rostro pero ni noté las venas ni se reflejó mi movimiento.
-¡No dejes que se escape!-me dijo con voz gutural.
Reaccioné de inmediato, como si el diablo se hubiera apoderado de mí
Me acerqué al hombre y le empujé contra la puerta. Después de un ruidoso golpe, cayó. Lo agarré por la camisa. Abrió los ojos y me propinó un puñetazo en la mandíbula que hizo que me tambaleara y, para evitar la caída, tuve que soltarlo. Se abalanzó sobre mí, agarrándome el cuello. Apretaba con fuerza y empecé a notar la ausencia de aire en mis pulmones. Lo cogí por la americana y lo empujé hasta los lavabos. Detrás de él, estalló el espejo. Cayó al suelo de bruces. Le di la vuelta y le asesté dos puñetazos en la cara. Movió la cabeza y entreabrió los ojos. Dijo algo que no entendí. Le di otro puñetazo. Escupió sangre.
Dame lo que le debes!
-Yo no le debo nada a nadie, niñato.
Recibió un directo en la nariz. Abrió los ojos mientras la sangre le bajaba hasta la boca. La puerta de uno de los retretes individuales se abrió de golpe. Ambos nos sobresaltamos por el fuerte estruendo. Salió Cherry gritando.
Mátalo!-repetía continuamente. Los nervios volvieron ha apoderarse de mí.
-¡Ese no era el mensaje!
-El mensaje es este-se agachó y agarró un trozo de espejo. La mano de Cherry comenzó a sangrar pero no parecía sentir el dolor. Le clavó el cristal en la camisa y se la rajó, cortándole también la piel. Le arrancó la camisa con violencia y, con el cristal, le marcó un extraño símbolo en el pecho. El hombre se retorcía de dolor y gritaba con fuerza. El símbolo desapareció entre la sangre y Cherry me alargó el trozo de espejo. Lo cogí y me acerqué él.
-Esa zorra no es quien tú te piensas-me dijo en voz baja.
-No es una zorra.
-Me da igual, te esta utilizando.
-¡No hables así de Cherry!
Le clavé el trozo de cristal en el pecho ensangrentado. Una y otra vez. Su sangre salpicaba mis brazos, mi ropa, mi cara. Pero no podía parar.
-Déjalo ya.-dijo Cherry. Paré. El hombre estaba agonizando y le costaba respirar-Vámonos-.
Lo miré con lástima. No podía dejarlo así. Le clavé el cristal en el cuello.
Cherry me miró y sonrió.
-Ya solo quedan siete.

Capítulo 4: "Monstertruck Domination"

Esa mañana, salí a la calle con la herida vendada y la bala en el bolsillo.
Mientras iba andando, buscaba una persona cualquiera que, al cruzar nuestras miradas, no pestañeara. Estaba paranoico. De un sueño estaba haciendo un mundo. Pero, una chica con unos enormes ojos marrones, al mirarme, no parpadeó. La cogí por el brazo.
-¿Eres tu?
-¡Que dices, suéltame imbécil!-dijo con cara de asco. Pestañeó. Se deshizo de mi mano y continuó su marcha mirando atrás. Asegurándose de que no la seguía.
Anduve maldiciendo mis sueños y aquella bala del bolsillo.
Aquel día, como todos, seguí mi rutina habitual.
-Lo de siempre-le dije al camarero nada más entrar al bar.
-Hace tiempo que no sacáis disco-dijo mientras me servia un vaso de ginebra con tónica.-¿Estáis grabando algo?-.
-Que va-le contesté echando de menos el tacto de las baquetas. Agarré el vaso y bebí hasta que lo olvidé. Con un par más ya no recordaba mi antiguo grupo ni nuestra música. Me levanté tambaleándome.
-Mañana te lo pago.
-Eso dijiste ayer, colega-dijo un tío que estaba sentado en la barra bebiéndose un vaso de whisky. Aunque la luz del bar no era excesiva, llevaba las típicas gafas de sol de policía. Tenía barba de una semana y una camisa de cuadros le arropaba una camiseta negra.
-¿Tu quién te piensas que eres, el sheriff?
-No. Solo digo que mañana vendrás con el mismo cuento.
Tenía razón. Al día siguiente dije lo mismo.
Al salir del bar, los rayos de sol de principios de septiembre me golpearon con fuerza.
De camino a casa, me crucé con un perdedor con un enorme cartel que anunciaba un espectáculo. Se acercó a mi extendiéndome una hoja que al principio rechacé. Empezó a seguirme. Un par de calles más allá me giré.
“Monstertruck Domination. Pongan a mujeres e hijos a salvo” decía su cartel.
Agarré la hoja.
Era una entrada gratis a un espectáculo de coches enormes con ruedas monstruosas que pisaban a otros vehículos, saltaban sobre ellos y los destrozaban.
-Gracias.
-Allí nos veremos, amigo-dijo mientras se despedía con la mano.
El espectáculo era aquella misma noche. No tenía nada mejor que hacer.
Me coloqué en un asiento lo suficientemente alto para ver bien el espectáculo. A mi lado derecho tenía un gordo sudoroso con su hijo del mismo tamaño que su barriga. A la izquierda, un tipo corriente con una gorra de los Boston Red Sox. Me miró unas cuantas veces.
-¿Nos conocemos de algo?-me preguntó.
-Que yo sepa no-contesté sin mirarle.
-Me suenas de algo-continuó.
-Estoy seguro que no-le dije convencido.- ¿Cherry?-.
-Ves como si que nos conocíamos de algo.
En un instante le había desaparecido la gorra y, el tipo cualquiera, ahora era Cherry con una sonrisa pícara. No pude evitar mirarle a los ojos. Eran los ojos vacíos del sueño. Siempre abiertos.
-¿Qué quieres?
-Hicimos un trato ¿Recuerdas?
-Si.
Sacó unos prismáticos y me los acercó.
-Localiza la fila ocho. El tercer asiento a la derecha del pasillo central. ¿Lo tienes?
-Si.
-Quiero que le des un mensaje.

Capítulo 3: Sin forma

Bajé de la barca de un salto. Gracias a Cherry pude cruzar el río. El barquero, en una de sus múltiples miradas al embarcadero del otro lado, vio como ésta le daba permiso para que me llevara hasta allí.
Agarré una antorcha y fui tras los pasos de Cherry que, nada más bajarme, empezó a caminar. El camino se dividía en dos. A la izquierda, en la lejanía, podía verse una enorme puerta de hierro. A la derecha, el camino desaparecía en el interior de un bosque frondoso. Cherry me esperaba junto a los primeros árboles. Me acerqué a ella.
-¿Cherry? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estamos?
Se limitó a mirarme.
Continué avanzando y vi sus pies descalzos sobre el césped. Sus piernas desnudas. A la altura del muslo le acababa un vestido azul de flores. Su pelo estaba despeinado y le tapaba un poco la cara. Le aparté el flequillo y le puse las manos sobre las mejillas.
-¿Cherry?
Sonrió.
-Vamos.
Se deshizo de mis manos y entró en el bosque. Estuve unos instantes paralizado, sin saber qué hacer. Podía entrar e ir tras ella o dar media vuelta y saltar la enorme puerta. Si la quería recuperar, tendría que seguirla. Corrí hasta alcanzarla.
-¿Dónde vamos?
-A dar un paseo-dijo con una sonrisa de felicidad. Como si estuviera en mi vida pasada, alargué la mano lentamente hasta rozar la suya. La apartó. En ese mismo momento, las metí en los bolsillos. Pero, sin poder evitarlo, la miraba fijamente. No había cambiado.
-Espero que sepas a dónde vas...
-¿Qué tal estás? ¿Has encontrado a otra chica?- preguntó con la mirada clavada en mis ojos. Una mirada que nunca había visto en ella.
-Esa pregunta es asquerosa...
Rió a carcajadas.
-¿Te hace mucha gracia?
-La verdad es que sí.- volvió a mirarme- Porque si hubieras rehecho tu vida no estarías aquí.
Entonces, me di cuenta de que no pestañeaba.
-Espera... Tú no eres Cherry.
Su risa resonó por todo el bosque.
-¿Quién eres?-pregunté. Pasó por detrás de un árbol y apareció un hombre-¿Papá?-.
-Tu padre está muerto.
-Entonces, ¿Quién eres?
-Eso no es importante-miró al interior del bosque. Allí, un perro nos observaba. Se acercó hasta él y le acarició el pelaje negro. Le dijo algo al oído y corrió en dirección al embarcadero. Mi padre volvió hasta el camino. Cuando pasó por detrás de uno de los árboles apareció Joe, el que me hizo cavar a punta de pistola. Noté como un escalofrío recorría mi espalda.
-Tranquilo,-dijo sin pestañear y levantando los brazos- sólo quiero hablar. Necesito que me ayudes. A cambio, te daré lo que quieras. Pide un deseo-dijo sonriendo a la vez que abría la boca.
-¿Te estas riendo de mí, no?
-En absoluto.
-¿Lo que quiera?
Asintió.
-Quiero a Cherry.
-¿No prefieres vivir? Si no vives, no podrás tener a Cherry. ¿Hay trato?
-Sí-dije inseguro. No había entendido muy bien aquella última frase. Estrechamos las manos con fuerza.
Sacó una pistola y me apuntó a la cara. Corrí al interior del bosque, a través de los árboles y la maleza. Me tropecé y caí de bruces contra el suelo. Intenté agarrarme a un árbol para salvar la caída pero lo único que conseguí fue arrancar un poco de corteza con mis uñas. Me di la vuelta. Cherry me apuntaba con la pistola.
-Lo siento-dijo con una enorme sonrisa. Me levanté como pude y continué corriendo.


Grité hasta que no me quedó aire en los pulmones. Estaba empapado en sudor frío. Miré a mi alrededor. Estaba en mi cama. Me pasé la mano por el pelo y por la nuca. Al agarrar las sábanas para taparme, las manché de sangre. Volví a pasar la mano por la nuca. Tenía una herida abierta del tamaño de mi pulgar. Miré la almohada, había una enorme mancha de sangre con una bala sobre ella.

Capítulo 2: El infierno espera

Abrí los ojos. Todo era oscuro. Ni el más mínimo rayo de luz. Aquello se zarandeaba violentamente. Intenté moverme. Era imposible. Algo a los lados me impedía mover los brazos y mis piernas estaban encogidas sin poder estirarlas. Escuché unas voces. No pude entender lo que decían. A duras penas, me puse bocarriba, excepto mis piernas que, como estaban encogidas, mis rodillas chocaban con una especie de techo. Las voces seguían hablando. Pensé en lo peor. Me iban a enterrar vivo. Un fuerte nerviosismo empezó a apoderarse de mí. Notaba como la respiración se aceleraba, el sudor caía por mi frente y empapaba mis axilas. Chillé. Golpeé. Arañé el techo. Todo lo que se me ocurría. Las voces seguían hablando.
La caja se detuvo.
Mis gritos fueron más fuertes en ese momento.
Se escucharon dos golpes y la caja se sacudió. Las voces desaparecieron. Aunque, unos minutos después, escuche un ruído muy cerca de mi oreja. Como si encajaran algo. De repente, se hizo la luz. Cerré los ojos y puse las manos delante de aquella estampida de luminosidad. Con los ojos aun cerrados algo me cogió de la camiseta y me sacó de allí. Me desplomé en el suelo y, al intentar parar la caída, la arena me abrió heridas en las palmas de las manos. Unos pies calzados con unas camperas esperaban frente a mí. Con una mano tapé el sol y miré hacia arriba.
-¡Levanta, joder!
Las camperas me golpearon en el estomago. Su dueño me agarró por la camiseta y me levantó. Entonces, lo reconocí.
De detrás del coche salió otro hombre. Cargaba dos palas. Se acercó a nosotros.
-Vamos-dijo haciendo un gesto para que lo siguiéramos.
El coche estaba parado frente a una iglesia. Andábamos hacía ella. Pero no íbamos al interior de la capilla. Al llegar a las puertas, torcimos a la derecha y rodeamos el edificio. Detrás estaba desierto. De una patada, mi captor me tiro al suelo. El otro me lanzó una de las palas frente a mí.
-Ya sabes lo que tienes que hacer-dijo apuntándome con una pistola. Cogí la pala y me incorporé. Empecé a cavar muy lentamente. Me imaginaba lo que pasaría cuando mi agujero fuera lo suficiente grande y profundo.
-¡Rapidito! Que no tenemos todo el día-dijo el que me había sacado del coche. Cavé más rápido.
Cuando llevaba un rato cavando y el sol me estaba empezando a quemar los brazos y la cara, nos sobresaltamos. Un disparo resonó dentro de la iglesia. Paré en el instante. Los tres nos miramos. Ellos intercambiaron miradas. Me volvieron a apuntar. Continué mi trabajo.
-Ayúdale-escuché a mis espaldas. Oí como se arrastraba la pala por el suelo arenoso y como los pasos hacían crujir la tierra.
Un fuerte golpe me atizó la nuca.

Al despertarme, lo hice en un lugar diferente. No había iglesia. Ni arena. Ni sol. Solo un río que rodeaba unas basta extensión de hierba. Unas antorchas iluminaban el pequeño islote. Había gente andando por la orilla, cabizbajos. Corrí hacia uno de ellos. Le hablé. Fue inútil. Ni él, ni ninguno de ellos abrió la boca. Anduve por la orilla hasta que encontré un pequeño embarcadero. Miré al otro lado y vi como se acercaba una pequeña barca. Un hombre remaba con calma. Después de un par de impulsos más, se plantó frente a mí.
-¿Puedes llevarme al otro lado?
-Moneda-dijo con voz grave. Extendió la mano. Le dejé una de mis monedas y negó con la cabeza-No vale-.
Su cara era vieja y arrugada. Me sorprendió que le faltara el ojo izquierdo. Tenía un arañazo en toda la mejilla y la carne desgarrada de su cara le colgaba y se balanceaba cuando movía la cabeza.
-¿Como que no vale?
Se encogió de hombros y señaló el embarcadero de la otra orilla.
Allí había una joven. Parada. Mirándonos. Únicamente iluminada por las antorchas de su alrededor. Desde el primer momento que la vi, sabía quien era. Cherry. Aquella que un día me hizo subir al cielo para luego dejarme caer al más profundo de los infiernos.

Capítulo 1: Salva Nuestras Almas

Abrí aquellas puertas enormes y pesadas. Entré. Detrás de mi entraba una luz clara e intensa. Mis pasos resonaban dentro de aquellas paredes altas y antiguas. Las vidrieras formaban dibujos y colores de historias del pasado y, al fondo, una cruz coronaba la sala. Me acerqué hasta la única persona que estaba sentada en uno de los bancos del principio. Me senté a su lado. Aquel hombre estaba con la cabeza agachada y con los ojos cerrados balbuceando cosas que a mi me interesaban poco. Al escuchar mis pasos a su lado levantó la cabeza y abrió los ojos.
-Pensaba que estabas muerto-dijo fríamente.
-Es una larga historia.
Ninguno de los dos nos miramos al hablar. Ambos, teníamos la mirada perdida en el infinito de aquella iglesia.
-Tenemos tiempo.
-Yo creo que no.
-¿No? ¿Tienes algo que hacer?
-Si.
-Entonces, ¿A qué has venido?
-A matarte.