Capítulo 8: Amargo

-¿Que piensas hacer con el cuerpo?-le pregunté.
-Yo me encargo, no te preocupes.
Salí del Buick y me dirigí a la puerta de la que parecía una casa de muñecas. Escuchaba los golpes del viejo dentro del maletero. Aunque era imposible, estaba muerto. Él se puso al volante del Riviera y desapareció girando en la primera esquina.
Crucé el jardín inmaculado y verde a través de un camino de piedra que al final acababa con un rosal enorme. Llamé a la puerta con los nudillos.
Ésta se abrió y una cabeza rubia apareció del interior. Se apartó el pelo de la cara y enseñó unos grandes ojos azules y una nariz perfilada y recta. Sonrió, dejándome ver los dientes blancos y perfectos.
-¿Qué desea?-dijo tímida.
-¿Esta su marido? Trabajamos juntos.
-Si. ¿Quiere pasar?-asentí. Abrió la puerta. Llevaba un vestido holgado que dejaba ver unas largas piernas-Sígame-.
Entré y cerró la puerta. Me llevó hasta el salón donde estaba la chimenea encendida. Cerró la puerta, dejándome solo mientras miraba el fuego hipnotizante. Unos minutos después, entró un hombre envuelto en un batín, en zapatillas y peinado para atrás. Se detuvo al verme.
-¿Quién es usted?
-Parece que le van bien las cosas-me acomodé en el sofá y lo acaricié-Vengo para hablar de algo que le debe a alguien-.
Sonrió. Cogió un par de vasos y una botella. Los llenó y luego me alargó uno.
-Yo no le debo nada a nadie-me dijo mientras cogía el vaso. Se sentó en un sillón frente a mí y cruzó las piernas.
-Él dice que si.
-¿Quién coño es él? Me esta empezando a tocar las narices- se bebió todo el whisky de un sorbo y me miró. Di un trago y deje el vaso sobre una mesa que tenía a los pies. Nunca me había gustado el sabor amargo del whisky.
-Disfrútelo, es el mejor que beberá en su vida.
-¿Por todo esto fue por lo que hizo el trato con él? Parecía un buen negocio. No se lo voy a negar.
-Váyase de mi casa.
Se levantó, agarró el cinturón del batín, lo ató y se fue hacia la puerta. Le tiré el vaso. Estalló contra la puerta y se giró. Me abalancé sobre él. Cayó de espaldas. Le agarré la cabeza y se la golpeé contra el suelo. Una y otra vez hasta que se manchó de sangre. De repente, se abrió la puerta y aparecieron unas piernas largas y brillantes.
Ella gritó.
Le golpeé la cabeza una vez más y empecé a seguirla por la casa. Le tiraba todo lo que encontraba, figuras de porcelana, antigüedades, hasta que paró en un rincón. Agarró un cuadro mientras me acercaba. Lo rompió en mi brazo. La abofeteé y luego la agarré por el pelo. La arrastré hasta el salón. Allí, su marido aún estaba inconsciente.
Cerré la puerta con el pie y la tiré en el sofá. Justo al lado había un pequeño tridente para remover la leña de la chimenea, cuando lo agarré, ella volvió a chillar. Un grito que se apagó cuando le di en la cara con él, haciéndole tres cortes en la mejilla. Cayó de bruces.
Entonces, sonó el timbre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario