Capítulo 6: Lejos de mi camino

Me bajé del coche, cerré de un portazo y me sequé las lágrimas de la cara. Abrí al tapón de la gasolina de aquel viejo Buick Riviera de mi padre y metí la manguera del surtidor. Observé el girar frenético de los números del contador. Me hipnotizaron, obligándome recordar lo que había hecho días atrás. Me miré las manos incrédulo, como si éstas no fueran capaces de matar a un hombre. Volvieron las lágrimas. Cayeron sobre mis manos. Con un chasquido el contador paró y me devolvió a la realidad. Dejé la manguera donde estaba y me dirigí al interior de la gasolinera. Junto a la puerta había un muñeco de un payaso bailando mientras en su interior se encendían luces de todos los colores intermitentemente. Lo dejé fuera y entré.
El interior era un museo macabro. Cabezas disecadas de ciervos. Una momia en forma de cocodrilo. Un mono disecado sin pelo. Calaveras. Y, detrás del mostrador, un hombre disfrazado de payaso. Tenía la cara pintada blanca y los párpados azules, con barba canosa y los labios pintados de negro. Le pagué y me fui. Aquel sitio me daba escalofríos.
-¡Oye, muchacho!-dijo a mis espaldas-¿No te apetece pollo frito? Hago el mejor-.
-No, gracias.
Al salir, encontré un vagabundo con una larga barba y enorme gabardina intentando abrir el coche. Lo ahuyenté y conduje hasta mi destino. Mi intención era recorrer la carretera hasta encontrarme un borracho que se estrellara conmigo y acabara con mi vida.
Diez minutos después del repostaje encontré un autostopista con un cartel que decía “Desde Texas hasta Carolina”. Pasé de largo, aunque pude fijarme en su barba y en la gabardina como la del vagabundo de la gasolinera. Continué mi marcha sin darle demasiada importancia. La mayoría de vagabundos eran así.
Unos kilómetros más adelante volví a cruzármelo. Ésta vez, en su cartel, había escrito “Desalmado”. Volví a dejarlo en la cuneta. Mientras me alejaba miré por el retrovisor. Había desaparecido. Giré la cabeza para asegurarme. De repente, algo chocó contra el morro del Riviera. Miré al frente y vi pasar algo por encima de mi parabrisas, luego golpeó contra el techo del coche. Cayó detrás. Frené en seco. Miré por el retrovisor para ver que era. En la oscuridad de la noche no lo pude identificar pero se estaba moviendo. Me bajé rápidamente. Me acerqué con cautela. Los faros rojos de atrás iluminaban lo suficiente para verlo. Se retorcía de dolor y giraba de un lado a otro. Tenía la gabardina destrozada y le sangraba un brazo.
-¿Pero como...?
Se detuvo en seco y me miró con los ojos tan abiertos que se le reflejaba el cielo estrellado. Sus carcajadas resonaron en la noche. Se levantó sin problemas.
-Hace horas que dejaste atrás al siguiente. ¿Pensabas que podías escapar de mí?-dijo con una enorme sonrisa entre la poblada barba.
-Sí.
-Nunca escaparas de mí.
-¡¿Qué quieres?!-grité nervioso.
-Que cumplas el jodido trato.
-¿Eso conlleva matar a más gente?
-Son ellos o tú.
Sus últimas palabras me metieron en el coche. Él se sentó en el lugar del copiloto con una apariencia más familiar. Pasó la mano por encima de la guantera.
-Siempre me gustó este coche, hijo mío.
-Deja de reírte de mí.
Sus carcajadas rebotaron por el interior del coche.
Arranqué y pisé a fondo. Di media vuelta conduciendo sobre los kilómetros que había hecho. A las pocas horas empezó a amanecer.
Paré en una gasolinera.
-Te espero aquí.
Asentí con la cabeza y bajé del coche.
Al entrar saludé a un viejecito que esperaba en el mostrador. Busqué por las estanterías algo de beber. Tenía la boca seca. Agarré una botella de Bombay Sapphire y sin esperarme a pagarla la abrí para beber.
Me acerqué al mostrador.
-¿Cuanto es?
-Chiquillo, vas fuerte esta mañana-dijo sonriente.
-No se lo imagina.
Me dijo el precio y le di todos los billetes que tenia en la cartera. Cogí la botella por el cuello mientras el abuelo contaba el dinero. Me acercó el cambio. Le agarré el brazo y le rompí la botella en la cabeza.

1 comentario:

  1. Ya estás tardando en poner el próximo capítulo :P
    Me encanta la historia.
    Soy Esther, la hermana de Antonio, del restaurante. No sabía que "seguías" mi blog. Sabías que Imogen era yo? Lo dudo salvo que te lo dijera Oriol.
    En fin, lo dicho, es genial lo que has escrito.

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